El ego es ese concepto excesivo que tenemos de nosotros mismos, construido durante toda nuestra vida y que va evolucionando con ella, responsable de algunos logros, pero también de grandes conflictos. Coloquialmente se suele referenciar como un exceso de autoestima.
Es como una máscara social, un papel que nos autoasignamos, y que nos aleja cada vez más de lo que somos de verdad. Para disimular su verdadero sentimiento de inferioridad busca creerse superior, necesita halagos, la aprobación de los demás y tener poder y control de situaciones y personas, porque en lo más profundo de su ser lo que en realidad habita es el temor.
Personal y socialmente, el exceso de ego es autodestructivo. Las personas con problemas de ego suelen ser desagradables, egoístas, maliciosas y destructivas, tendiendo a juzgar negativamente a los demás. La persona que vive dominada por el ego se engaña a si misma, se cree superior y no ve la verdadera, construyéndose una a medida. Se presenta ante los demás como le gustaría ser, no como es en verdad.
La opinión que tiene acerca de si mismo está distorsionada, y conocerse es algo que se complica mucho.
Es como un personaje ficticio que vamos creando a lo largo de nuestra vida. Se aleja de la sencillez y se caracteriza por la complicación, idealizando una falsa autoestima que necesitamos proyectar en los demás, a fin de que no puedan ver las grandes inseguridades que escondemos en nuestro interior.
Por ello, el ego carece de humildad, necesitando constantemente dar buena imagen ante los demás.
Desarrollamos el ego en forma de protección y nos dejamos dominar por él, porque así nos sentimos más seguros ante lo que interpretamos como ataques externos. Por ello la voz del ego, nos confunde y nos aleja de nuestro verdadero ser, impidiendo que podamos sentir desde el corazón, desde la sencillez de nuestras emociones.
En muchos sentidos, vivir dominados por el ego es no vivir, y liberarse de él es conectar con la vida y fluir satisfactoriamente con ella. Meditando un poco en ello, podemos fácilmente llegar a la conclusión de que muchas de nuestras insatisfacciones y frustraciones se producen por vivir con esa máscara que nosotros mismos creamos y nos colocamos.
Si nos dejamos dominar, no arriesgaremos mucho por miedo a fracasar, y nos quedaremos en una zona cómoda y rutinaria donde alimentaremos nuestro falso «yo» con halagos y aceptación. El terreno conocido, el lugar donde nos aceptan, será nuestro hábito de vida, y no querremos arriesgar en lo desconocido, por miedo a las críticas y al rechazo.
Para poder liberarnos del dominio tenemos que hacerlo de algunas necesidades erróneas y dañinas que vamos adquiriendo e interiorizando a lo largo de nuestra vida.
- De la necesidad de tener razón. ¿Que es eso de quedar siempre por encima de los demás? Es preferible ser feliz a tener razón, ¿o no?
- De la necesidad de sentirnos superiores. ¿De verdad lo somos? O quizás la verdadera esencia de nuestra vida está en sentirnos mejores de lo que éramos antes, y no en sentirnos superiores a los demás.
- De la necesidad de sentirnos ofendidos, buscando enemigos que justifiquen nuestras frustraciones e insatisfacciones, para llegar a la conclusión de que el mundo está contra nosotros.
- De la necesidad de ganar. Nada de ganadores y perdedores, encasillándonos en uno u otro lado. Nuestro verdadero yo es algo más que lo que ganamos o perdemos.
- De la necesidad de tener más puesto que, de no ser así, por mucho que consigamos nunca estaremos satisfechos. Si no estamos contentos con lo que tenemos, probablemente tampoco lo estaremos con lo que tendremos. Y la gratitud hacia los demás es esencial.
En resumen, cuando el ego nos posee y domina, todo es competición y lucha, resistencia y frustración, aunque aparentemente no parezca así. Sin embargo cuando lo tenemos controlado y dominado, desaparecen nuestro miedos y todo es satisfacción, alegría y bienestar. A fin de cuentas no tendremos nada que temer, puesto que no tendremos nada que perder.
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