Desde la Inteligencia Emocional
Se habla de “falsas emociones” en Internet, pero qué hay de cierto en esta afirmación. Hablamos con Carmen Sánchez, CEO de Intelema y experta en relaciones humanas inteligentes, y desmiente este bulo. Según explica, es posible que cuando se habla de «emociones falsas» se pretenda apuntar a que hay personas que aparentan o disimulan muy bien sus emociones. También puede ocurrir que una persona sienta algo que no le gustaría sentir o, que exista una contradicción entre lo que se dice o hace y lo que transmite la emoción.
No obstante, la especialista considera que no hay emociones falsas, pero sí puede haber conductas falsas o incongruentes. Se podría decir que las cinco básicas que motivan nuestras acciones son: el miedo, la tristeza, el rechazo, el enfado y la alegría.
¿Cómo podemos detectarlas? Las emociones están presentes en todo lo que hacemos, no hay acción sin emoción. Lo que es más complicado es lograr que las emociones se puedan gestionar, manejar, controlar, canalizar y no a la inversa. Cuando la emoción domina, cuando le damos el poder, podemos decir que no tenemos las riendas de nuestra vida. Y tampoco tenemos las riendas de nuestra vida cuando le damos todo el poder a la razón. Siempre tiene que existir un equilibrio entre la emoción y la razón.
Transformar las emociones negativas en positivas
A Carmen Sánchez no le gusta hablar en términos de emociones positivas o negativas, prefiere decir que hay estados emocionales y emociones que pueden generar experiencias agradables, y hay estados emocionales que pueden generar experiencias que su resultado sea malestar.
Es muy importante aprender a conectarse a los estados emocionales de bienestar y actuar desde ahí. Es muy fácil distinguir cuando me noto bien conmigo mismo y cuando no. Cada individuo sabe distinguir cuando hace algo que le da bienestar y cuando algo le produce malestar, lo que muchos individuos no saben es gestionarlo. Canalizar esas sensaciones cuando aparece un estado de malestar, pararse y conectarse de nuevo a un estado de bienestar.
Y, añade, la forma para trabajar esa parcela en la inteligencia emocional es hacerlo despacito, observando cómo pienso, cómo siento, la manera en la que comunico, lo que nota mi cuerpo, cómo actúo. La primera competencia emocional es la conciencia en uno mismo, y uno adquiere conciencia en sí mismo cuando se observa a cámara lenta.
Esta primera competencia habla de los vínculos que existen entre cómo pienso, cómo siento, cómo comunico, cómo actúo. Y cada ser humano puede elegir, cambiar el pensamiento, cambiar la emoción, cambiar lo que dice, cambiar lo que hace. Cuando estoy conectado a la alegría, mis acciones y los resultados de las acciones seguirán retroalimentando la alegría. Pero si cuando estoy conectado a la alegría sucede algo a mi alrededor que me pone triste y me conecto a la tristeza mis acciones y los resultados retroalimentarán a la tristeza, etc.
Es muy importante ir descubriendo pasito a pasito, qué hay en cada emoción y cuando esta se amplia y responde a multitud de sensaciones, experiencias, recuerdos, etc. Vamos a intentar simplificar al máximo. Por ejemplo, si estoy escuchando una canción y esta canción me pone triste, automáticamente, puedo elegir seguir escuchando esa canción y seguir triste y llorando o puedo escuchar otra canción que me proporcione alegría. Tengo que observar, como hemos dicho antes, qué cosas, qué acciones me dan alegría y cuáles tristeza, y potenciar aquellas que me generen bienestar.
Emociones enmascaradas
Hay una conducta que el ser humano repite mucho y es aguantar. Cada vez que aguanto estoy enmascarando, tapando, eso sí, temporalmente porque tarde o temprano, saldrá con fuerza aquello que he reprimido o soportado y saldrá de la peor manera posible.
Es entonces cuando el ser humano se cuestiona si es posible controlar las emociones. Pero una cosa es controlar y otra, reprimir. La emoción ha de tener un lugar donde no haga daño, hay que sacarla hacia fuera, por ejemplo, si mi pareja me juzga delante de mis hijos o mi jefe me juzga delante de mis compañeros, puedo controlar la emoción en ese momento, y seguidamente informar de cómo me he sentido y proponer que no lo vuelva a hacer.
Por ejemplo: “Cariño cuando has dicho que no tengo ni idea de cocinar delante de nuestros hijos me he sentido profundamente mal (nos quedamos en silencio unos segundos, notamos cómo nos sentimos). Te propongo que delante de nuestros hijos no me juzgues. Si hay algo que no te gusta de mí, dímelo a mí cuando estemos los dos y vemos si podemos encontrar una manera de hacer la comida que nos encaje a ambos. ¿Cómo lo ves?«. Si aprendemos a utilizar el lenguaje de este modo, o sea, a comunicar de un modo amigable, respetuoso, las relaciones mejoran y mucho.
Este planteamiento nos lleva a la conclusión de que hay que evitar reprimir las emociones y no aguantar, sino informar de una forma amable sobre lo que nos pasa y hacer propuestas concretas para cambiar esa realidad. No juzgar ni a uno mismo, ni a los demás.
Para ello, la experta recomienda siempre comunicarlo en primera persona, «lo que a mí me pasa es», «lo que para mí es importante», y escuchar, escuchar, escuchar. A nosotros mismos, en primer lugar, para aclararnos y escuchar, sin prejuicio, de una manera abierta y amplia, a los demás.
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