Carmen Sánchez Herrera
CEO Y SOCIA FUNDADORA DE INTELEMA
En un mundo donde la rapidez y la incertidumbre son la norma, la inteligencia emocional se ha convertido en una habilidad esencial. Nos permite comprender nuestras emociones, gestionarlas de manera saludable y desarrollar relaciones interpersonales más sólidas y empáticas.
Pero, ¿qué significa realmente ser una persona emocionalmente inteligente? No se trata solo de controlar los impulsos o gestionar conflictos, sino de desarrollar una capacidad profunda para reconocerse a uno mismo y comprender a los demás. Esta habilidad influye en el éxito profesional, el bienestar personal y la forma en que afrontamos los desafíos diarios.
A lo largo de este artículo, exploraremos el concepto de inteligencia emocional, las principales aportaciones de expertos clave y los rasgos que caracterizan a las personas que la han desarrollado.
La inteligencia emocional es la capacidad de percibir, comprender, gestionar y utilizar las emociones de manera efectiva. No se trata de reprimir lo que sentimos, sino de canalizarlo de forma constructiva para mejorar nuestra toma de decisiones, nuestras relaciones y nuestro bienestar general.
El concepto fue introducido en 1990 por los psicólogos John Mayer y Peter Salovey, quienes lo definieron como la habilidad para monitorear las propias emociones y las de los demás, discriminar entre ellas y utilizar esta información para guiar el pensamiento y la acción. Sin embargo, fue Daniel Goleman, en 1995, quien popularizó el término y demostró su impacto en el liderazgo y el éxito profesional.
Diversos estudios han confirmado que la inteligencia emocional es un factor determinante del éxito, a veces incluso más que el coeficiente intelectual. Un informe de TalentSmart (Bradberry & Greaves, 2009) reveló que el 90% de los empleados con mejor desempeño tenían un alto nivel de inteligencia emocional. De manera similar, una investigación de la Universidad de Yale (Brackett, Rivers & Salovey, 2011) encontró que las personas emocionalmente inteligentes experimentan menos estrés, mejores relaciones interpersonales y mayor estabilidad laboral y personal.
Además, el estudio de Dulewicz y Higgs (2000) sobre liderazgo demostró que los directivos con mayor inteligencia emocional logran equipos más comprometidos y resilientes. Estos hallazgos han llevado a muchas empresas a incluir evaluaciones de inteligencia emocional en sus procesos de selección, al reconocer que esta habilidad influye en la productividad, la comunicación y la resolución de conflictos.
Diversos autores han profundizado en el concepto de inteligencia emocional, aportando valiosas perspectivas sobre su impacto en la vida personal y profesional. Daniel Goleman, uno de los pioneros más importantes en este campo, definió la inteligencia emocional como la habilidad para reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones, y para gestionar las relaciones con los demás. Según Goleman, esta capacidad es clave para el liderazgo y el éxito profesional, ya que influye en la manera en que tomamos decisiones y enfrentamos los desafíos. Además, destacó que la inteligencia emocional es más relevante que el coeficiente intelectual cuando se trata de lograr un desempeño exitoso en diversas áreas de la vida.
Por su parte, la investigadora Brené Brown ha señalado que la vulnerabilidad y la empatía son elementos fundamentales dentro de la inteligencia emocional. En sus estudios, destaca que las personas emocionalmente inteligentes no temen ser vulnerables, sino que aceptan y expresan sus emociones con autenticidad. Esto les permite construir relaciones más profundas y generar mayor confianza. Brown también resalta la importancia de la autocompasión, entendida como la habilidad para ser amable con uno mismo en momentos de dificultad, lo cual favorece el crecimiento personal y la resiliencia.
Susan David, por su parte, introdujo el concepto de agilidad emocional, que hace referencia a la capacidad de adaptarse a las emociones y a los cambios sin quedar atrapado en patrones de pensamiento limitantes. David enfatiza que la rigidez emocional —evitar o ignorar ciertas emociones— puede ser perjudicial, ya que nos impide aprender de ellas y nos limita en nuestra toma de decisiones. En lugar de resistirse, aceptar nuestras emociones y aprender de ellas es esencial para el bienestar y el éxito a largo plazo.
Las personas emocionalmente inteligentes comparten ciertas características que les permiten gestionar mejor sus emociones y su entorno. A continuación, exploramos los rasgos más comunes:
Tienen un alto grado de autoconciencia emocional, lo que significa que pueden identificar sus emociones y entender cómo estas afectan su comportamiento y decisiones. Esta introspección les permite regular sus reacciones y evitar respuestas impulsivas.
No reaccionan de forma automática ante situaciones difíciles. En lugar de dejarse llevar por la ira o el estrés, pausan y analizan la situación antes de responder, evitando conflictos innecesarios y favoreciendo la toma de decisiones equilibradas.
La empatía es una de sus habilidades clave. Son capaces de ponerse en el lugar de los demás, comprender sus emociones y actuar en consecuencia, lo que fortalece sus relaciones personales y profesionales.
En situaciones de alta presión, en lugar de entrar en pánico, aplican estrategias de afrontamiento como la respiración consciente, la meditación o el pensamiento flexible para regular su estado emocional y actuar con claridad.
Saben decir “no” sin sentirse culpables. Establecen límites claros y asertivos, protegiendo su bienestar emocional y evitando la sobrecarga derivada de complacer a los demás en exceso.
No quedan atrapadas en experiencias negativas ni en emociones no resueltas. En su lugar, aprenden de los errores y los utilizan como oportunidades de crecimiento. Esta mentalidad les permite avanzar sin cargas emocionales innecesarias.
Se muestran tal y como son, sin tratar de encajar en expectativas ajenas. Su autenticidad les permite generar confianza en los demás y construir relaciones basadas en la coherencia entre lo que piensan, sienten y hacen.
Aunque algunas personas parecen tener una predisposición natural hacia la inteligencia emocional, es una habilidad que todos podemos trabajar y mejorar. El primer paso es desarrollar la autoconciencia y aprender a regular las emociones de manera saludable.
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Carmen Sánchez Herrera
CEO Y SOCIA FUNDADORA DE INTELEMA