En la vida, pocos aspectos de la misma ejercen más influencia y otorgan mayor poder que el tener un propósito claro de vida. Puesto que no nacemos con ese conocimiento, toca descubrirlo y adquirirlo, utilizando nuestras capacidades y dirigiendo nuestras acciones en esa dirección, manifestando libremente todo lo que llevamos dentro y encontrando un significado a nuestra propia existencia.
Y en ese apasionante viaje iremos descubriendo y desarrollando nuestras cualidades y valores, nuestras habilidades y destrezas, conociendo y comprendiendo, aceptando y asimilando, no sólo nuestra propia realidad, sino también realidades más amplias y globales.
Históricamente el ser humano ha dirigido su aprendizaje más hacia lo que podría llamarse el conocimiento externo, el bagaje cultural, que hacia el interno, nuestra propia esencia de seres humanos conectada directa e inseparablemente al propósito de vida.
Cada individuo resulta ser único e irrepetible, por lo que dicho propósito estará igualmente ligado a lo que denominaríamos motivos existenciales y a la determinación en el plan de vida. En suma, pues a su propia esencia de ser humano y no a lo que se desea ser, sino a lo que se es en realidad.
Descubrir qué se es y quién se es resultará ser el camino correcto para conocer el propósito de vida, pudiendo incluso convertirse dicho proceso, en tal propósito. Y mientras no se encuentre, la propia vida será entendida como una mera sucesión de acontecimientos, con grandes dosis de caos direccional, tendiendo a hacer siempre los mínimos esfuerzos posibles para existir, o más bien subsistir, con la menor cantidad de problemas posibles. Tanto es así que el propósito de vida puede ser interpretado pues como lo que marca la diferencia entre vivir plenamente o simplemente existir.
Generalmente, solemos hallarlo cuando conseguimos despertar a realidades globalizadas y superiores a la propia, lo que nos conduce a definiciones y comprensiones más amplias de la vida. Y esto también se puede conseguir mediante las reacciones emocionales que se originan ante determinadas conmociones, podemos llamarlas adversidades, que hacen estremecerse todo nuestro ser, cuestionando los principios y valores sobre los que sustentamos eso que consideramos como nuestra realidad.
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